Ayer hizo un día estupendo, así que aprovechamos el paseíto de domingo por la mañana para estar un rato en la playa. Mientras volvíamos, las peques se adelantaban y se escondían en cada esquina para darnos un susto. Cuando llegábamos a la última esquina antes de casa, mi marido y yo nos cogimos de la cintura y nos besamos, llegamos a la esquina y tras el susto, nos soltamos.
Entramos en el portal y de ahí al ascensor. Ruth, la mayor, nos miró y nos dijo:
- Os he visto - con cara de mosqueo.
- ¿Qué has visto? - le preguntó Papá.
- Que me he dado cuenta de que, cuando nos hemos escondido, os habéis abrazado y os habéis dado un besito - le respondió con los brazos cruzados.
- ¡Ah, sí! - me reí - ¿Es que no podemos?
- Sí, pero cuando no estemos nosotras delante, cuando estéis cenando y ya estemos en la cama - su nivel de cabreo acababa de alcanzar un punto importante - ¿Yo en que hablo? ¡Eh! ¿En chino? - esta es precisamente la fórmula que uso yo cuando les digo algo, no me hacen caso y se lo tengo que repetir.
- ¡Ay, es verdad! - puse cara de ¡uy qué cabeza la mía! y me llevé la mano a la frente - Que no te gusta que Papá y Mamá nos demos besos.
- Los que se quieren, se dan besos - intentó convencerla Papá.
Ya estábamos en nuestro piso y las puertas del ascensor se abrieron. Ruth miró hacia el techo del ascensor y suspiró, sólo le faltó decirnos: "Que no lo tenga que repetir". Y es que hace tiempo que venimos discutiendo sobre a quién pertenecen Papá y Mamá y hemos quedado en que los dos somos un poquito de ellas y un poquito cada uno del otro. Pero, lo entiendo, de ahí a que nos estemos besando delante de ellas... que una cosa es la teoría y otra la práctica y ojos que no ven...
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