Yo tendría que estar haciendo un ejercicio de mi curso, pero estoy escasa de inspiración, así que he recuperado esta tontería que escribí hace casi un año, para el curso que hacía entonces. Un poco de ironía ahora que ha llegado el buen tiempo y empezaremos a pensar en destaparnos un poco.
Llegó el verano y,
con él, el momento de lucir palmito y destapar nuestros cuerpos. Y también llegó
el momento en el que se nos cae el alma a los pies al vernos ante el espejo.
Los “estragos” de la edad, los embarazos y el relax que supone ir tapada de
cabo a rabo todo el invierno ahora saltan escandalosamente a la vista.
Me probé el bikini que
tenía. Bueno, podría haber sido peor. De momento, no reventaba y eso ya era
mucho. Me convencí de que una vez depilada y con un poco más de color, hasta me
vería bien.
Repasé el armario y
vi que necesitaba alguna cosa. Así que salí a comprarme ropa, nada del otro
mundo, entre otras cosas, unos simples pantalones cortos, que me llegaran hasta
por encima de la rodilla para ir fresquita. Pero cuál fue mi sorpresa al
comprobar que este año no se llevan. Vaya. No, se llevan los shorts, o sea,
cortos cortísimos. ¿A dónde voy yo ahí metida? Bueno, metida me gustaría estar,
porque en esos pantaloncitos me salgo por todas partes. Me probé unos y me vi
fatal, ridícula. De verdad, un horror: mi barriga, que se dio de sí tras los embarazos, se descolgaba en caída libre por encima del tiro bajo; mis posaderas,
rebosaban, de acuerdo con mis caderas, y parecía que llevase la luna llena
colocada en la parte baja de mi espalda; y los muslos, que un día fueron
firmes, lucían de punta a punta gracias a la poca tela del short, cubiertos de
piel de naranja y de arañitas vasculares. Me pateé toda la zona comercial y no hubo
manera.
—Las tendencias de
esta temporada son estas —me dijo la dependienta con cara de aburrimiento y con
toda la desgana del mundo, como si llevara trabajando una vida entera, y
seguramente llevase… ¿un mes? Me echó un vistazo de arriba abajo, creo que me
pesó y me tomó las medidas mentalmente y, torciendo el morro, añadió—. Es lo
que hay.
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Foto tomada de www.comprasdemoda.com |
Vale, entendido, me
lo tenía que decir la niñata de la tienda para que yo me cayera del guindo. “Es
lo que hay, si no cabes, te buscas la vida en las tallas grandes o en moda para
señora, porque en las tiendas que marcan tendencia, es lo que hay”.
Me puse de muy mala
leche. De nuevo caí en la cuenta de que me tengo que vestir como me mandan los
que marcan las tendencias. Me pregunto si los diseñadores no tienen un puntito
misógino. Creo que nos odian, bueno, no sólo a las mujeres, también a los
hombres. Esas ropas tan entalladas y ajustadas. Esa manía de fabricar sólo
tallas para esqueléticos. XS extra small. Piensan sólo en jovencitas muy
delgadas. ¿No se han fijado en que la inmensa mayoría somos gente normal? Conclusión:
los diseñadores están amargados y enfadados con el mundo.
Me planteé comprarme
cremas reductoras, hacer dieta o apuntarme al gimnasio. Luego recapacité. No soy lo bastante constante para obtener resultados con las cremas; me falta fuerza de voluntad y me gusta demasiado cocinar y disfrutar de lo que preparo como para hacer dieta; y el gimnasio,... eso de pedalear en una bici que no me lleva a ninguna parte,
rodeada de gente obsesionada por esculpir músculos,
no me llama. Conclusión: no hay remedio.
Había que
reconocerlo, me había pillado el toro, no me había cuidado nada. Soy una mujer
de cuarenta años del montón. ¿Tendré que empezar a cambiar de estilo? Me vi
yendo a comprarme camisas grandes que hicieran de campana sobre mis curvas y
mallas ajustadas que convirtieran mis piernas en el badajo de la campana. Me
fui a casa más cabreada que deprimida por no haber encontrado nada que comprarme.
No era culpa mía, sino de los malditos diseñadores de moda y de las diabólicas
tiendas esclavizadoras.
Lo dejé correr y tiré
con la ropa que pude salvar del armario. Pero hoy iba en el autobús y he visto un
maniquí en un escaparate con los pantalones cortos que yo buscaba. Por un
momento he pensado en bajarme en la siguiente parada y volar a comprármelos.
Pero no, he seguido con el plan de la mañana y, al terminar, me he acercado hasta
la tienda. Iba cruzando los dedos, porque ayer empezaron las rebajas y temía
que hubieran volado mientras resolvía mis asuntos. Sin embargo he tenido suerte
y he salido de la tienda con mis ansiados pantalones cortos que algún diseñador
de tercera hizo pensando en la gente normal.
Para
el año que viene prometo enmendarme: durante el invierno me cuidaré más, iré a
todas partes caminando en lugar de coger el coche o el bus, subiré por las
escaleras en vez de usar siempre el ascensor y haré alguna abdominal. Este año
me he salvado de convertirme en la mujer campana, pero está claro que no puedo
bajar la guardia. Para el año que viene, espero salvarme también, sea porque me
he cuidado, sea porque otro diseñador de tercera piense en mí o sea porque los
diseñadores marca-tendencias se acuerden de que venderían más si pensaran en la
gente normal que no quiere convertirse en mujer campana.