lunes, 13 de diciembre de 2021

FELIZ CUMPLEAÑOS, MAMÁ

 


Hoy habría cumplido setenta y cuatro años. Pero no ha podido ser. Hoy le habría llamado para felicitarle y habríamos hablado, seguramente, de qué día iremos para Navidad, de que tenemos que concretar con Eva el menú para esos días, de que me encargue de comprar de su parte los regalos que quieran Ruth y Judith, de las notas, de la exhibición de patinaje que tiene Judith el sábado o de si vio los vídeos que le habría mandado antes de ayer del partido de baloncesto de Ruth. De lo que hablan una madre y su hija. De cosas que parecen intranscesdentes cuando se pueden decir y que, ahora, que ya no podré decírselas, me parecen muy importantes.

Aún tengo grabado su número en la agenda del móvil. No puedo borrarlo, todavía no. Tampoco he eliminado el chat de whatsapp. “Con cuidado, que llueve mucho” dice el último mensaje que me mandó respondiendo a mí “Salgo ahora” el día trece de noviembre, antes de coger el coche para ir a su casa. Fue el último porque luego ya no hicieron falta más. Y es la única frase que he podido leer desde que sé que ese chat ya no lo usaremos más. Ese chat que cada día está más abajo, relegado al fondo de la lista por otras conversaciones que borraré sin pensar. Pero, las que teníamos ella y yo, nunca las borré, jamás vacié el chat. Ahí están. Esperándome.

Y, que estén allí, duele y sana a la vez. Duele porque ella está en esas líneas y aún no tengo fuerza para leerlas y sana porque ella está en cada palabra y podré revivirla cuando las lea y reconocerla en cada frase. Y sé que sonreiré al verla preocupándose (demasiado, le decíamos) por nuestras cosas, diciéndome que se iban el domingo al monte con la cuadrilla o esa tarde a tomar café con las amigas o contándome novedades de Bailo o explicándome una de sus recetas.

Cada día desde que se fue he pensado “la llamo” o “le mando un whatsapp” para decirle algo. Y cada una de esas veces me he quedado con las ganas y con un sentimiento de vacío y de desamparo que nunca antes había tenido. Con la certeza de que en su día no lo valoraba como ahora lo hago. Con la desilusión de que no hay marcha atrás. De que por más que sabíamos que iba a ocurrir, era imposible hacerse a la idea y nunca iba a ser buen momento para el adiós.

Hoy es un día duro, se hace cuesta arriba. Aun así, me nace escribir sobre ella, sin ella pero con ella y, sobre todo, para ella. Porque sé que le habría gustado leer esto, como todo lo que le enviaba para que leyera, y se habría emocionado y yo con ella como lo he hecho mientras escribía.

Feliz cumpleaños, Mamá, seguro que te acompañan los que se fueron antes que tú. Ojalá alguien te cante una jota o una ranchera y termines el día tranquila haciendo vainicas o alguna otra labor. Te quiero.