lunes, 16 de marzo de 2020

PAPEL HIGIÉNICO

Para estos días de cuarentena, voy a tratar de publicar cuentos, micros o lo que surja, para entretener a quien tenga ganas de leer. Aquí tenéis el fruto de la última clase precuarentena del Taller Itinerant que organiza la Escola de Lletres de Tarragona. Originalmente está escrito en catalán. En unos días lo subiré en catalán y también en italiano. 

PAPEL HIGIÉNICO.
Suena el despertador, las seis y media. Aunque los niños no van al colegio desde hace semanas, tu marido y tú os levantáis a la misma hora. Aprovecháis para limpiar bien los pomos de puertas y ventanas y todo lo que tocáis con las manos. Y mientras él termina, te duchas. Hoy te toca a ti. Sales de casa con todo lo obligatorio: buzo de protección biológica, casco integral con mascarilla, guantes y botas. Coges el carro de la compra y, sobre todo, la fusta para defenderte.
            Llegas a la puerta del supermercado. Son las ocho menos cuarto y ya hay una docena de personas delante de ti. Sí, parece que hoy podrás conseguir algo de carne o de pescado. Pollo, conejo… si hubiera comerías incluso perro. Hace más de un mes que coméis pasta y sardinas en lata. Pasta con tomate de tetrabrik y salchichas de Frankfurt, que tú sabes que, de carne, tienen poco o nada. Y sardinas, muchas sardinas. Es lo que consiguió tu marido al principio del confinamiento y todavía dura. Los niños están hartos. De la pasta y de las sardinas. Y tú también.
            Hay que ser rápida y conocer bien el supermercado para ir directamente a la zona donde está lo que necesitas. Poco a poco llega más gente. En los corrillos, la gente comenta que el Gobierno se está planteando implantar cartillas de racionamiento. Quizás es una solución, así habría un poco de todo para todos. A partir de las nueve menos cuarto hay tanta gente esperando que todo se descontrola y la cola ya no existe. Lo ves venir: imperará la ley del más fuerte. O del más espabilado. A las nueve todo el mundo está nervioso. Nadie abre la puerta. De pronto se oye un clic y luego el ruido de los altavoces conectándose:
            —Buenos días, les habla el encargado de la tienda. El camión frigorífico hoy no ha llegado. Nos dicen desde la empresa de transportes que, al pasar por Cambrils, lo han parado y le han robado toda la mercancía.
            Los gritos de la gente te dan miedo. Algunos empiezan a golpear los cristales de la puerta con rabia. Hasta que los rompen. Una ola de gente invade el vestíbulo de la tienda. Dudas si dejarte arrastrar dentro. Necesitas carne o pescado, todavía tienes en la despensa bastante pasta, tomate y sardinas como para entrar y coger algo. Pero ves una señora mayor que se abre paso a bastonazos entre la multitud. La reconoces: es tu vecina, la señora Amparito.
—¿A dónde va, señora Amparito? —le dices agarrándola.
—A coger lo que sea, bonita —responde desembarazándose de ti—, para venderlo en Wallafood.
Después de alucinar unas décimas de segundo, reaccionas y también entras en el súper. Peleas con la gente, sin escrúpulos pisas, empujas y usas la fusta. Consigues poca cosa, pero sales contenta. Sin carne ni pescado, pero contenta.
Llegas a casa. Tu marido te besa y te abraza.
—Ostras, cari, me tenías preocupado, has tardado mucho y pensaba que te habrían atracado.
—Ya, es la guerra —le dices resoplando.
—Mamá —gritan tus hijos corriendo por el pasillo—, ¿has comprado pollo?
—No, pero mirad, he comprado arroz —dices sacando un paquete del carro.
—¡Bien! —celebran con aplausos.
—Y papel higiénico. Del del perrito.
Tu marido te mira sin comprender, tenéis más que suficiente en la despensa.
—Es que todo el mundo lo cogía.



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